DÍAS 5, 6 Y 7: ALLANANDO LA ESTEPA
- Íñigo Sarralde Alzórriz
- 25 sept 2019
- 3 Min. de lectura
🐴👩👩👧👦 CONVIVIENDO CON FAMILIAS NÓMADAS 👩👩👧👦🐴
El amanecer en el campamento de Teepees nos recibió con una ducha de agua helada (el calentador era solar). Tras desayunar y preparar el equipaje, volvimos a subirnos a nuestras fieles furgonetas para seguir adentrándonos en la estepa.
Con varias paradas a lo largo del trayecto, pudimos disfrutar de espectaculares vistas a medida que nos acercábamos a la zona de los Ocho Lagos.

La primera noche la pasaríamos en el campamento base del Lago Shireet, que sería la noche más fría de todas, a pesar de contar los gers con estufas y leña suficiente. A la mañana siguiente, decidí darme una vuelta por los alrededores del lago. Además de avistar varias bandadas de ánsares indios, pude tomar algunas fotografías de larga exposición del lago y sus extrañas piedras.
Volviendo al campamento para desayunar, pude observar como un grupo de nómadas ensillaba y preparaba los caballos que serían nuestro transporte durante los siguientes días.
Dejamos gran parte de nuestro equipaje en las furgonetas, y preparamos una pequeña mochila para la travesía, que cargarían los yaks (a pesar de su apariencia, son sumamente tercos). Los jinetes nómadas se encargaron de distribuir los caballos de acuerdo a nuestra habilidad (a mi me tocó uno de los mansos 🤣).
Confirmando mi nivel de equitación, en la primera parada se me enganchó el pie en el estribo y me caí al suelo como si fuese un árbol recién talado, ganándome la mofa de los jinetes nómadas. Para más guasa, antes de la segunda parada y debido al peso que cargaba mi caballo ( 90kg de un servidor + 12 kg de mi mochila fotográfica), se aflojó uno de los estribos hasta que se soltó de la montura volviéndome a caer; esta vez en marcha.
Supe anticiparme a la caída y me preparé para ella cayendo con el costado, saliendo ileso. Uno de los jinetes nómadas señaló mi mochila, que goteaba. Mientras la abría, recordé que había metido dos latas de cerveza para disfrutar por la noche. Efectivamente, se habían aplastado y abierto, lo que volvió a arrancarles una carcajada a los nómadas. Por suerte, todo mi equipo fotográfico permanecía intacto. Lo que está claro es que les había dado tema de conversación para varias semanas.
Por cada uno de mis percances Delgee, nuestra guía, perdía años de salud.

Dejando de lado estos pormenores, lo cierto es que el paisaje era sobrecogedor. Cabalgar alrededor de los lagos, rodeados de piedras volcánicas, estepa infinita, arboledas y un silencio sepulcral, es una experiencia indescriptible. Pararíamos a comer en otro lago, de tamaño comparable al lago Shireet.

Por la tarde retomamos la marcha, haciéndose mucho más ligera que por la mañana. En un par de horas llegamos a otro de los lagos, en cuya ribera se encontraban dos campamentos nómadas con sus cabezas de ganado y caballos. Nos recibieron unos niños de poco más de 7 años a caballo, dando cuenta de su innata habilidad.

Una vez allí la familia nos reunió en su ger principal para conocernos e invitarnos a un aperitivo de airag (leche de yegua fermentada) y queso. De noche pudimos disfrutar de varias canciones locales alrededor de una hoguera.
A la mañana siguiente, nos despedimos de parte de la familia, acompañándonos el resto hasta nuestro siguiente destino. Nos esperaba otra intensa jornada a caballo.
Justo antes de llegar al segundo campamento en el valle de Buureg, los caballos de mis dos compañeros que mejor cabalgaban se embravecieron, tirándolos al suelo, nuevamente sin percances. Aunque no pude evitar preocuparme, es cierto que me salió una sonrisilla: no había sido el único que se había caído.

Cuando llegamos al destino, nuestros queridos conductores estaban esperándonos con las furgonetas para llevarnos 2 km más abajo con la siguiente familia nómada, con quienes pasaríamos la siguiente noche pudiendo disfrutar de un maravilloso cielo estrellado.
Concluye así otra de las maravillosas experiencias de este viaje, llevándonos un buen dolor de culo y un gran sabor de boca.
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